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Orrego Penagos, Juan Luis
Correo electrónico: jorrego@ulima.edu.pe
Volumen III / Número II / Noviembre 2024 / Lima-Perú
España tampoco fue de mucha ayuda para los esfuerzos del bando realista o las tropas
fidelistas debido a sus vaivenes políticos y a la terrible incapacidad de sus monarcas, especialmente
de Fernando VII. La Península osciló entre el liberalismo y el constitucionalismo (1808-1814), la
restauración absolutista (1814-1820), el Trienio Liberal (1820-1823) y la segunda restauración
absolutista (1823-1830). Estos acontecimientos no solo dividieron a la opinión pública, tanto en la
Península como en la América hispana, sino que también causaron zozobra, deserción y cierto
caudillismo personalista al interior del ejército realista. Asimismo, el escenario último afectó
mucho el desempeño de las tropas del virrey en los campos de Junín y Ayacucho.
Desde mediados del siglo XIX, la Independencia ha sido narrada por las distintas
historias “nacionales” como una guerra entre “patriotas” y “realistas”. Este enfoque simplifica
erróneamente un conflicto muy complejo, pues en ambos bandos pelearon americanos de toda
condición: criollos, mestizos, indígenas, negros e, incluso, peninsulares. Además, había distintas
percepciones, según cada actor social, sobre lo que debía ser el futuro político de su localidad o
región, así como del Perú, la América andina o el Imperio español. Durante el curso de la guerra,
por último, no fue raro ver individuos o grupos que cambiaron de bando, según las distintas
coyunturas políticas o militares que se presentaron.
Dicho de otro modo, la guerra por la Independencia fue un enfrentamiento entre
“insurgentes” (o patriotas) contra “fidelistas” (o realistas). Eran dos maneras de entender el futuro
del Perú y la América andina. En síntesis, se trató de una guerra muy compleja, en la que se decidían
los intereses de cada actor social, ya sea individual o colectivo.
Ayacucho y la Independencia
Mencionábamos que la orografía andina no fue un obstáculo para cumplir los objetivos
militares de las guerras de Independencia. Como sabemos, a nivel político y militar, la
Independencia de la América meridional se consolidó en el corazón de los Andes, formalmente en
las pampas de Junín y Ayacucho. Ambos ejércitos tuvieron que diseñar una estrategia para
movilizarse, con suma prudencia, para no arriesgar el éxito ante un eventual enfrentamiento. De
igual forma, se debió administrar la logística, con la decisiva ayuda de las rabonas, y conseguir los
recursos a través de cupos y donaciones. Las bajas temperaturas y el “mal de altura”, también,
fueron un desafío para ambos bandos.
En ese sentido, la configuración de la geografía ayacuchana es muy variada, pues la altura
de sus suelos va de los 250 (San Francisco) a los 5505 (volcán Sara Sara) metros sobre el nivel del
mar. Comprende un paisaje de llanuras, cañones, serranías y valles de las cuencas de los ríos
Mantaro, Pampas y Apurímac. Cabe resaltar que la Pampa de Ayacucho es una llanura del
ecosistema pajonal de puna, un bosque seco interandino: hay pocas lluvias y presentan especies
poáceas o gramíneas, que crecen en grupos compactos, pero de manera dispersa sobre el terreno.
Igualmente, destacan los cerros Condorcunca y Andrespata, ambos a 4000 metros sobre el nivel del
mar, y separados por el río Huatun Huaycco.
El ejemplo más notorio de la actuación del pueblo andino en favor de la independencia
fue el de los montoneros o guerrilleros que operaron en la sierra. En su mayoría eran criollos y
mestizos de clase media o de modesta fortuna que habían sufrido saqueos o castigo por parte de los
realistas y ahora buscaban venganza al lado de los patriotas apoyando la independencia. Mal
armados y con escasa formación militar, siempre hostigaron a las fuerzas realistas. Eran gente
anónima que operaban en grupos de entre cincuenta y cien hombres desgastando a los realistas. En
el caso de la intendencia de Huamanga, cobraron relevancia las acciones de los morochucos,
oriundos de la pampa de Cangallo, partícipes de las rebeliones de 1812 y 1814, y de la coyuntura