Una gesta andina y continental: notas a
200 años de la batalla de ayacucho
Ensayo
Citar como:
Orrego Penagos, J. L. (2024). Una gesta andina y continental: notas a 200 años de la batalla de
ayacucho. Revista Científica de la Escuela Superior de Guerra del Ejército, 3(2), 97-102.
https://doi.org/10.60029/rcesge.v3i2arti8
Enviado: 30 de Octubre 2024 Evaluado: 3 de Noviembre 2024 Aprobado: 7 de Noviembre 2024
ISSN: 2520 - 7628 (Impreso), 2789-2514 (En línea)
https://doi.org/10.60029/rcesge
Revista Científica de la Escuela
Superior de Guerra del Ejército
Volumen III, Número II, Noviembre 2024
Orrego Penagos, Juan Luis1
https://orcid.org/0009-0003-5971-231X
Universidad de Lima, Lima, Perú
1Doctor en Historia
Correo electrónico: jorrego@ulima.edu.pe
Desde que se desató la crisis monárquica en España, en 1808, debido a la invasión de las
tropas napoleónicas, la América andina se vio sacudida por una serie de acontecimientos, algunos
violentos, que se inscribieron entre el fidelismo, la autonomía o el separatismo respecto al Imperio
hispano. Conspiraciones, rebeliones, conspiraciones y juntas de gobierno fueron la expresión de un
largo periodo revolucionario que se fue consolidando, finalmente, en una serie de batallas como
Maipú, Boyacá, Carabobo, Pichincha, Junín y Ayacucho, libradas por tropas integradas por los
diversos grupos sociales nacidos en los territorios de las actuales repúblicas de Argentina, Chile,
Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia. Cabe destacar, además, que la difícil geografía del
territorio andino no fue obstáculo para que estas tropas consiguieran sus objetivos políticos y
militares, que culminaron, formalmente, con la firma de la Capitulación de Ayacucho el 9 de
diciembre de 1824.
En este sentido, el Virreinato del Perú (que desde 1810 contaba con la reincorporación del
Alto Perú, hoy Bolivia) se vio sacudido por movimientos sociales en apoyo a las reformas de
carácter “liberal” impulsadas por las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812. Los más violentos
fueron las rebeliones lideradas por Francisco de Zela (Tacna, 1811), Juan José Crespo y Castillo
(Huánuco, 1812) y el gran movimiento protagonizado por el Curaca de Chinchero, Mateo
Pumacahua, y los hermanos Angulo, que estalló en el Cuzco (1814) y se propagó por todo el sur
andino. En los tres hubo participación popular y multiétnica.
Hasta 1816, el virreinato peruano, de la mano del virrey Fernando de Abascal, pudo ser el
muro de contención del peligro separatista. Su habilidad política en conseguir recursos para la
contrarrevolución hizo que el Perú garantizara el fidelismo en buen aparte de la América
meridional: aplastó conspiraciones, juntas de gobierno y rebeliones no solo en Perú sino también en
Quito, Chile y el Alto Perú. Sin embargo, los altos costos de ese esfuerzo mellaron las posibilidades
de los dos siguientes virreyes (Joaquín de la Pezuela y José de La Serna) en detener el avance de las
tropas insurrectas lideradas por José de San Martín y Simón Bolívar, que convergieron en el Perú
entre 1820 y1824.
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España tampoco fue de mucha ayuda para los esfuerzos del bando realista o las tropas
fidelistas debido a sus vaivenes políticos y a la terrible incapacidad de sus monarcas, especialmente
de Fernando VII. La Península osciló entre el liberalismo y el constitucionalismo (1808-1814), la
restauración absolutista (1814-1820), el Trienio Liberal (1820-1823) y la segunda restauración
absolutista (1823-1830). Estos acontecimientos no solo dividieron a la opinión pública, tanto en la
Península como en la América hispana, sino que también causaron zozobra, deserción y cierto
caudillismo personalista al interior del ejército realista. Asimismo, el escenario último afectó
mucho el desempeño de las tropas del virrey en los campos de Junín y Ayacucho.
Desde mediados del siglo XIX, la Independencia ha sido narrada por las distintas
historias “nacionales” como una guerra entre “patriotas” y “realistas”. Este enfoque simplifica
erróneamente un conflicto muy complejo, pues en ambos bandos pelearon americanos de toda
condición: criollos, mestizos, indígenas, negros e, incluso, peninsulares. Además, había distintas
percepciones, según cada actor social, sobre lo que debía ser el futuro político de su localidad o
región, así como del Perú, la América andina o el Imperio español. Durante el curso de la guerra,
por último, no fue raro ver individuos o grupos que cambiaron de bando, según las distintas
coyunturas políticas o militares que se presentaron.
Dicho de otro modo, la guerra por la Independencia fue un enfrentamiento entre
“insurgentes” (o patriotas) contra “fidelistas” (o realistas). Eran dos maneras de entender el futuro
del Perú y la América andina. En síntesis, se trató de una guerra muy compleja, en la que se decidían
los intereses de cada actor social, ya sea individual o colectivo.
Ayacucho y la Independencia
Mencionábamos que la orografía andina no fue un obstáculo para cumplir los objetivos
militares de las guerras de Independencia. Como sabemos, a nivel político y militar, la
Independencia de la América meridional se consolidó en el corazón de los Andes, formalmente en
las pampas de Junín y Ayacucho. Ambos ejércitos tuvieron que diseñar una estrategia para
movilizarse, con suma prudencia, para no arriesgar el éxito ante un eventual enfrentamiento. De
igual forma, se debió administrar la logística, con la decisiva ayuda de las rabonas, y conseguir los
recursos a través de cupos y donaciones. Las bajas temperaturas y el “mal de altura”, también,
fueron un desafío para ambos bandos.
En ese sentido, la configuración de la geografía ayacuchana es muy variada, pues la altura
de sus suelos va de los 250 (San Francisco) a los 5505 (volcán Sara Sara) metros sobre el nivel del
mar. Comprende un paisaje de llanuras, cañones, serranías y valles de las cuencas de los ríos
Mantaro, Pampas y Apurímac. Cabe resaltar que la Pampa de Ayacucho es una llanura del
ecosistema pajonal de puna, un bosque seco interandino: hay pocas lluvias y presentan especies
poáceas o gramíneas, que crecen en grupos compactos, pero de manera dispersa sobre el terreno.
Igualmente, destacan los cerros Condorcunca y Andrespata, ambos a 4000 metros sobre el nivel del
mar, y separados por el río Huatun Huaycco.
El ejemplo más notorio de la actuación del pueblo andino en favor de la independencia
fue el de los montoneros o guerrilleros que operaron en la sierra. En su mayoría eran criollos y
mestizos de clase media o de modesta fortuna que habían sufrido saqueos o castigo por parte de los
realistas y ahora buscaban venganza al lado de los patriotas apoyando la independencia. Mal
armados y con escasa formación militar, siempre hostigaron a las fuerzas realistas. Eran gente
anónima que operaban en grupos de entre cincuenta y cien hombres desgastando a los realistas. En
el caso de la intendencia de Huamanga, cobraron relevancia las acciones de los morochucos,
oriundos de la pampa de Cangallo, partícipes de las rebeliones de 1812 y 1814, y de la coyuntura
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militar desatada a partir de 1820. Unos cuatro mil morochucos se movilizaron bajo distintos líderes,
entre los que destacaron Pascual Velasco, Alejo Pres, Feliciano Alarcón o Bandera y Landes.
A nivel político-militar, el pueblo de Huamanga apoyó la rebelión del Cuzco entre 1814
y 1815. Años más tarde, en 1820, el general Antonio Álvarez de Arenales, por órdenes del general
San Martín, y secundado por los morochucos, ingresa a Huamanga y proclama la Independencia.
Fueron muchos los nacidos en la intendencia de Huamanga, hoy Ayacucho, que participaron como
líderes anónimos en la independencia del Virreinato peruano. Está documentado que, en 1814,
cuando las milicias rebeldes seguidoras de Mateo Pumacahua tomaron la ciudad de Huamanga,
fueron recibidos y apoyados por muchos de sus vecinos, como comerciantes, artesanos y
vendedores del mercado. En este episodio, la tradición reivindica a Ventura Ccalamaqui, quien
lideró a un grupo de mujeres que salió a protestar a las afueras del cuartel Santa Catalina y exigir a
los huamanguinos sumarse en favor de la rebelión del Cuzco. En sus arengas, según recoge la
memoria popular, se reivindicaban los valores de la libertad y la igualdad.
Hacia la batalla final en la Pampa de Ayacucho
La derrota en la Pampa de Junín le causó a Canterac un terrible efecto, y se retiró a
marchas forzadas, pasando por Ayacucho y Abancay, comprobando, en ese trayecto, cómo muchos
desertaban de sus filas. Cruzó el río Apurímac y se reunió con el virrey La Serna, que salió del
Cuzco a recibirlo. Mientras tanto, Sucre avanzaba en busca de los realistas, acompañado por cientos
de montoneros, su más eficaz ayuda. Finalmente, ambos ejércitos se encontrarían en la Pampa de
Ayacucho (también llamada Pampa de la Quinua) el 9 de diciembre de 1824, donde los realistas se
habían acantonado en el cerro Condorcunca. Bolívar no pudo asistir debido a su quebrantada salud.
Desde las 8 de la mañana, los generales de ambos bandos iniciaron los preparativos de la
batalla final. Si bien el virrey La Serna no estaba muy seguro de iniciar la contienda, sus
colaboradores más cercanos le disiparon las dudas. Previamente, los generales de ambos bandos
permitieron que amigos y parientes próximos a enfrentarse se dieran el último abrazo.
Iniciadas las hostilidades, los primeros en ponerse en movimiento fueron los realistas,
con los batallones dirigidos por Valdés, Monet y Villalobos; los de Canterac quedaron como
reserva. Los batallones patriotas estuvieron al mando de La Mar, Lara y Córdova. El ataque de los
realistas estaba decidido: desde las alturas del cerro Condorcunca había que descender al llano y
arrollar a las tropas patriotas. Sucre carecía de un plan concreto; tenía libertad para actuar como
conviniera, pero con la orden de conservar sus efectivos a toda costa.
Los realistas comenzaron a cumplir las órdenes del virrey a las 10 de la mañana y
descendieron a la llanura, provocando desorden en los batallones patriotas. Sin embargo, Sucre, al
observar también cierto descontrol en un batallón realista, dispuso que Córdoba explotara dicho
flanco y avanzara al frente. A continuación, los patriotas se desdoblan para envolver a sus
enemigos, quienes, al huir, se desordenan y generan pánico en su retaguardia. Así, dejan al virrey
sin contacto con el grueso de sus fuerzas, logrando el triunfo final.
La batalla, que se dio con armas blancas y de pólvora, duró aproximadamente tres horas
y las bajas fueron considerables. Se calcula que sobre el campo de batalla quedaron 1800 cadáveres
y más de 700 heridos del bando realista; los patriotas, por su lado, tuvieron 370 bajas y 609 heridos.
El parte de Sucre habla de más de 1400 bajas. Asimismo, los patriotas reunieron más de mil
prisioneros realistas, incluido al virrey La Serna. También capturaron 14 piezas de artillería, más de
2500 fusiles y otros elementos de guerra. La desmoralización de los realistas fue total.
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La capitulación de Ayacucho
Para redactar la capitulación, los generales bajaron a la “aldea” de Quinua y se instalaron
en una casa modesta, donde se firmaron los cuatro ejemplares del documento. El general Antonio
José de Sucre la rubricó como jefe del Ejército Unido Libertador y, en representación del Ejército
realista y del virrey La Serna, el general José de Canterac.
En sus primeras líneas, la Capitulación da cuenta de los detalles de las negociaciones y la
prisión y estado de salud del virrey La Serna. En los capítulos siguientes, los realistas buscaron
garantizar la vida y el patrimonio de los súbditos españoles, así como las posibilidades de quedarse
en el Perú bajo el nuevo régimen político. También se contempló una indemnización a España por
los costes de la guerra.
A estos aspectos de orden humanitario y económico, se sumaron las concesiones del
bando perdedor, como la entrega del puerto del Callao, su último reducto en el Pacífico, y las demás
provincias que aún estaban bajo su control en su mayoría en el sur andino, incluido el Alto Perú.
Fue el acta de nacimiento para la constitución de las repúblicas andinas, especialmente para el Perú,
pues aquí se dio la lucha final por la independencia, al ser este territorio el núcleo del poder
borbónico en la América meridional. Además, era el Perú quien se comprometía a garantizar el
acuerdo con España y las tropas realistas. La trascendencia de este documento es innegable, pues la
Independencia de América Latina fue la lucha por la descolonización más importante del mundo
durante el siglo XIX.
Por último, los acontecimientos de aquel 9 de diciembre reconocieron, en la memoria de
los países andinos, como héroes continentales a los mariscales Antonio José de Sucre, José de la
Mar, Agustín Gamarra y Guillermo Miller, y a los generales José María Córdoba, Ramón Castilla,
Andrés de Santa Cruz. Simón Bolívar también fue considerado, aunque no estuvo presente en la
batalla. En cambio, los líderes realistas José de La Serna y José de Canterac regresaron a España
con el estigma de la derrota.
Sabemos que la Independencia fue una revolución política, mas con pocos cambios a
nivel social y económico. Los retos de la nueva República fueron inmensos; entre otros se pueden
mencionar los que siguen: (a) formar ciudadanos, (b) reconstruir la economía, (c) diseñar un
aparato estatal y (d) definir las fronteras internacionales. Era un proyecto de larga duración, que ha
tenido marchas y contra marchas.
Para la antigua Intendencia de Huamanga, la Independencia significó el estancamiento de
su economía. A nivel político-administrativo, por decreto emitido por Simón Bolívar el 15 de
febrero de 1825, Huamanga pasó a llamarse Ayacucho, en homenaje a la batalla. Además, la
Intendencia de Huamanga se convirtió en el departamento de Ayacucho (que asimiló a la
Intendencia de Huancavelica), formado por seis provincias: Huanta, Cangallo, Huamanga,
Andahuaylas, Parinacochas y Lucanas.
Al igual que las demás repúblicas latinoamericanas, el Perú nació sin tener definidas sus
fronteras internacionales. A los principios de uti possidetis y “libre determinación de los pueblos”,
un cúmulo de tensiones, negociaciones, guerras y tratados fueron configurando el mapa de nuestro
territorio, un proceso de larga duración que no culminó en el siglo XIX sino a finales del siglo XX,
cuando se cerró la última frontera terrestre con Ecuador. Esta fue una de las tareas más delicadas
que nos dejó la lucha por la Independencia. Salvo con Brasil, todas las demás fronteras dejaron
guerras y sangre en el camino.
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Rumbo al Bicentenario de Ayacucho
Antes que nada, se presentará una breve recapitulación de las efemérides por el
Centenario y el Sesquicentenario de la batalla de Ayacucho. Durante el gobierno de Augusto B.
Legía, para los festejos del Centenario en 1924, se emprendieron algunas iniciativas. Por ejemplo,
se mejoró el camino de Huancayo a Ayacucho; asimismo, se declaró a María Parado de Bellido
como heroína regional, inaugurándose un monumento a su memoria. En Quinua, el Estado adquirió
y mejoró el predio donde se firmó la capitulación, y quedó develado un pequeño obelisco en la
Pampa de Ayacucho.
Para las celebraciones del sesquicentenario, durante la primera fase del Gobierno
Revolucionario de la Fuerza Armada, la obra más importante fue la construcción del monumento a
los libertadores en la Pampa de Ayacucho. Se trata de un obelisco de 44 metros de alto, enchapado
en mármol blanco, diseño del artista español Aurelio Bernardino Arias. Asimismo, quedó
inaugurado el Museo de Sitio de Quinua, que tiene como base el predio donde se firmó la
Capitulación de Ayacucho; su muestra ofrece al visitante una narración de la lucha por la
independencia del Perú y de la América andina. Ambas obras fueron inauguradas en 1974.
Así como el país recordó el centenario y el sesquicentenario de su Independencia, ahora
está pronto a organizar las conmemoraciones por los doscientos años de aquella gesta, difícil de
precisar en qué momento se inició, pero que se coronó con la victoria de Ayacucho. Es la gran
ocasión, además, para repensar nuestra trayectoria republicana y proyectarnos al siglo XXI, por lo
que requiere el protagonismo de todos los peruanos, especialmente de los ayacuchanos, herederos
y guardianes de la memoria de los sucesos que acontecieron en la Pampa de Ayacucho y en el
pueblo de Quinua, donde se selló la independencia de esta parte del continente americano.
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